Las relaciones interpersonales son, con toda seguridad, uno de los aspectos más complejos que caracterizan a los seres humanos. De hecho, son tremendamente importantes en nuestra vida. A menudo se dice que entre lo más genuino de los seres humanos está su naturaleza social. Es cierto, esa es una de las cosas que más propias nos son. Sin embargo, salvando las distancias, ser sociales no nos diferencia -a simple vista- de algunas especies animales.
Por eso, puede que más propio todavía de los seres humanos sea su naturaleza relacional, más allá de lo social. El ser humano, durante sus primeros años de vida pero y, en realidad, durante todo su ciclo vital, necesita de sus congéneres para sobrevivir y desarrollarse de manera integral, es decir, para convertirse en una persona de verdad y no solo en una criatura humanoide. Eso, además de suceder en sociedad, se produce a través de las relaciones, es decir, de intercambios complejos y profundos que tienen lugar entre un ser humano y multitud de otros seres humanos, a distintos niveles, desde que nace hasta que muere.
Así pues, las relaciones interpersonales son transacciones profundas, complejas y diversas que nos crean como seres humanos y que también pueden llegar a destruirnos, en casos extremos. Como ya hemos dicho, son muy importantes pero que sean satisfactorias, nutritivas y trascendentales no está asegurado de por sí: la tendencia a relacionarnos entre nosotros está ahí, casi como si nos fuera dada, pero es responsabilidad nuestra hacer que esas relaciones se vuelvan positivas y nos ayuden a crecer.
En otras palabras: las relaciones hay que currárselas. Existen circunstancias que ayudan, promueven y favorecen el florecimiento de las relaciones: ser parientes, estar solos en una isla desierta, hacer un viaje juntos o llevar a cabo un proyecto laboral, compartir apartamento… Todas esas son situaciones que hacen altamente probable el que establezcamos una relación con alguien y que ese vínculo sea más bien profundo, tenga cierta complejidad y, por qué no, resulte relativamente positivo. Pero no nos engañemos: nada, ni el compartir espacios, proyectos, tiempo, genética, necesidades, garantiza por sí mismo que dos personas se vayan a llevar bien, deseen estar juntas y compartir actividades diversas. Tampoco que confíen la una en la otra ni, sobre todo, que lo vayan a hacer para siempre.
Al margen de otras circunstancias que lo promuevan y faciliten, uno de los factores que más favorecerá que nuestra relación de pareja, de parentesco, de trabajo, de compañeros de piso, pupitre o trinchera… es que los dos nos lo curremos. No solo que necesitemos estar juntos y no tengamos más remedio que aguantarnos de la manera más civilizada posible, sino que promovamos activamente que la relación positiva se dé y llegue a su máximo desarrollo.
Una relación positiva consiste en que nos aguantemos y que, además, nos guste aguantarnos, estemos dispuestos a aguantarnos o no nos importe tener que hacerlo. Además, que busquemos ocasiones para tener que “aguantarnos”. Lo queramos o no, cuando dos personas detectan que no conectan acaban alejándose más pronto que tarde. Si lo que queremos es acercarnos a alguien o conservar la cercanía emocional que ya tenemos con esa persona solo lo conseguiremos si “nos curramos” la relación. Los dos. Si la cuidamos y la protegemos. Si, a pesar de las malas rachas, nos ponemos en el lugar del otro escuchándole, validándole, apoyándole, interesándonos por lo que le pasa, haciendo que se sienta importante y consiguiendo que, en la medida de nuestras posibilidades, se sienta cómodo en nuestra presencia. ¿Cómo, si no, va a desear estar con nosotros?
Que seamos madre e hijo no va a hacer, por sí solo que disfrutemos de estar juntos en el salón. Que tengamos que vernos las caras cada día en la oficina no va a hacer que nos llevemos bien por arte de magia. Que nuestro matrimonio llegue a las bodas de plata depende en gran medida de que nos convirtamos mutuamente en alguien a quien a la otra persona le entren ganas de seguir amando.
Las personas podemos llegar a cambiar muchísimo a lo largo del tiempo, alejándonos y acercándonos entre nosotros. Podemos haber sido amigos, parientes, compañeros, pareja durante años pero, como no continuemos haciendo un esfuerzo auténtico y coherente para que ese vínculo perdure, lo más probable es que acabe disolviéndose antes de que nos demos cuenta. Por eso, plantéate hasta qué punto confías en la inercia, el pasado común o la magia para conservar y cuidar tus relaciones interpersonales más importantes y en qué medida tienes un papel activo en su protección y desarrollo. Hay mucho en juego y cada pequeña acción cuenta para conservar cerca a quienes más apreciamos.